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A VUELTAS CON EL MIEDO

En los países donde llueve poco o suele hacer buen tiempo, la lluvia acostumbra a provocar que se suspendan actividades o que estas queden deslucidas mientras la gente maldice su mala suerte.


En los países donde suele llover, no por ello dejan de hacer cosas, se adaptan, se preparan, se protegen, y siguen adelante, aunque llueva, porque si esperan a que salga el sol la espera puede convertirse en desesperación. Saben que la lluvia no es accidental, ni un simple inconveniente momentáneo. Probablemente preferirían que no lloviera, pero no pueden escoger, y la vida no puede detenerse y ha de seguir fluyendo, bajo la lluvia.



La pandemia y el miedo


Salvando las distancias, algo parecido está ocurriendo con la presencia del coronavirus entre nosotros. Han pasado seis meses desde que se decretó el primer estado de alarma y el país entero se paralizó. Las predicciones ilusamente optimistas como era obvio no se han cumplido (¿es que se ha cumplido alguna?), y el cariz que va tomando la situación tiene bien poco de transitorio. Sin embargo, los mensajes que nos llegan desde los medios o por boca de quienes mandan siguen tratando la pandemia como una gran desgracia pasajera (aunque más larga de lo deseable) que tendrá un final, para lo cual se confía de forma casi mesiánica en las presuntas bondades de las prometidas vacunas.


No parece muy coherente hablar constantemente de nueva normalidad mientras el miedo constituye el núcleo principal de las informaciones con que nos abruman a todas horas. ¿A qué normalidad se refieren? Da la sensación de que la aspiración única es que todo vuelva a ser como antes, lo que significa no haber aprendido absolutamente nada de todo lo que la pandemia ha puesto al descubierto, que ya estaba antes de que el virus irrumpiera, y que si no hacemos nada por remediarlo seguirá estando con o sin virus.



Prudencia o parálisis


Prudencia no es parálisis. El miedo, que no atiende a razones, paraliza si se apodera de ti y/o del colectivo. Todo suena amenazante y peligroso, se busca absurdamente (porque no es posible) la seguridad total para volver al trabajo, para volver a la escuela, para compartir tiempo con la familia o las amistades, para visitar a los ancianos en las residencias, para acompañar a los enfermos. Se cohíben las decisiones y la vida, que así se va despojando de lo que la hace más humana y vivible, se da por hecho que si las cifras van mal es porque no somos responsables en nuestros comportamientos, algunos políticos nos hablan como si fuéramos colegiales que hacen novillos, y continúan diciéndonos que no salgamos de casa más que para lo imprescindible, y así sucesivamente. El punto de referencia desde donde se habla y se decide no es la prudencia, no es el asumir riesgos controlados, sino el miedo y el intervencionismo en el nombre del presunto bien común. 


Mientras sigamos viendo esto como algo transitorio, nos sentaremos a esperar a que pase la tormenta para salir de casa y volver a la actividad. ¿Y si la tormenta se prolonga meses o años? ¿Y si ya no para de llover o lloviznar? ¿Qué encontraremos al salir de nuevo? ¿Quién puede asegurar lo que hay que hacer o lo que va a ocurrir? ¿Por qué fiarnos de nadie si de hecho nadie sabe apenas nada? ¿Y si tomamos nuestras propias decisiones? 


La vida nunca ha sido segura, y ahora lo es un poco menos, pero la vida continua, y nos toca decidir si seguimos caminando o nos quedamos en la cueva hasta que nos den permiso (¿?) para salir de ella. ¿Llueve? Pues pongámonos impermeable, o capelina, y calzado adecuado, y sigamos caminando. Tomemos las medidas de protección que indica el sentido común, evitemos las situaciones más temerarias, y aceptemos un cierto nivel de riesgo en nuestras relaciones y actividades, porque el riesgo cero no existe, ni ahora ni nunca. Nos subimos al coche o a la moto sin pensar en ningún momento que cada año mueren en el mundo más de un millón de personas en accidente de tráfico; ser prudentes en la conducción nos protege solo hasta cierto punto, porque todo no depende de nosotros, pero no lo pensamos más que cuando muere alguien cercano, y no por ello dejamos de conducir. El virus está ahí, y seguirá, y tal vez vengan otros. ¿Nos vamos a quedar en la cueva por tiempo indefinido mientras la vida se nos escurre entre los dedos? Que cada uno haga su elección, siempre desde el respeto a la salud de los otros.

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6 comentarios en “A VUELTAS CON EL MIEDO”

  1. Gracias Joan Carles, me siento reflejada en tus palabras, el miedo nos encarcela y la precaución nos libera. Yo opto por coger el paraguas y respirar. Gracias,

  2. Reflexiones impecables!
    El miedo no nos conduce por el buen camino, nos arruina la existencia, nos entristece… seguiremos pues tus recomendaciones… y si llueve, cogeremos el paraguas!!
    Mil gracias!!

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