Es una obviedad, pero conviene repetirlo cuantas veces sea necesario. Nuestra salud no depende solo del estado de nuestro cuerpo físico, ese que podemos examinar mediante pruebas diversas y exploraciones complementarias que nos ofrecen datos supuestamente objetivos. Nuestra salud depende del estado de todo nuestro ser, de nuestra persona en su totalidad y globalidad multidimensional.Cuando enfermamos, las manifestaciones biológicas que se observan a través del cuerpo acostumbran a ser la expresión de un problema cuyo origen se encuentra en otro lugar distinto del cuerpo, como puede ser un problema de origen emocional, o un conflicto que tiene que ver con la dimensión interior de la persona, con su dimensión espiritual, con su propósito de vida, con el orden (o desorden) de sus prioridades, con la relación que tiene con su propia vida. Lo que ocurre en el cuerpo es la manifestación visible que permite detectar que algo no marcha bien, pero otra cuestión muy distinta es de dónde procede realmente la causa primera o fundamental del problema, más allá de la cadena de alteraciones biológicas que desembocan en la enfermedad.Lo que ocurre es que esa conexión nos resulta muy difícil de reconocer porque no nos han educado para ello, estamos muy poco entrenados y preparados para ver que efectivamente existe esa conexión. Los mensajes mayoritarios que recibimos al respecto, procedentes tanto del sistema (y de muchos de sus profesionales) como de la propia sociedad, van precisamente en dirección contraria, pues ponen todo el foco en el control de lo físico y biológico, con una visión determinista en la que a tales causas sucederán tales efectos. Y, además, lo hacen de forma que el miedo (a no cumplir con lo establecido y enfermar, en consecuencia) y la culpa juegan un papel decisivo y alimentado de forma reiterada.Cuando un territorio nos resulta desconocido, o sentimos la dificultad para movernos a través de él, necesitamos que alguien nos acompañe y nos guíe hasta que hayamos aprendido lo suficiente. Por ello, si pensamos que nuestra concepción de la salud está demasiado encorsetada en el modelo biomédico dominante, si queremos liberarnos al menos parcialmente de esa concepción que tenemos tan arraigada y que alimenta nuestros miedos, si aspiramos a poder ampliar nuestras perspectivas en lo que respecta a nuestra salud y al modo de cuidarnos, tal vez necesitaremos ser acompañados en este proceso de reconexión. Un proceso que no resulta sencillo, porque las ideas preconcebidas o creencias que tenemos acerca de la salud pesan mucho en nuestra mente, pero que nos puede llevar a ver con claridad que efectivamente la salud y nuestras dimensiones, y en concreto la dimensión espiritual, están absolutamente conectadas, y hemos de actuar en consecuencia.Así, la persona puede transitar a cuidar de su salud desde una visión mucho más integral y global, coherente con quien es y con su forma de entender la vida, desde una visión más positiva y epicúrea (cuidarse para sentirse bien, no para evitar males). Puede aprender a prevenir situaciones referentes a su salud desde la coherencia con su persona y con sus prioridades de vida y no desde el miedo a no cumplir con la infinidad creciente de preceptos y normas. Puede aprender a cuestionarse cuál es el origen de sus dolencias o de las que vaya a tener en un futuro, no solo desde la biología sino mirando hacia adentro, hacia su propio interior, de modo que, al margen de tratarse con medicación o terapias convencionales o no tan convencionales, aprenda al mismo tiempo a contribuir a su sanación y bienestar desde ella misma, introduciendo los cambios que sean necesarios en su propia vida.Todo ello desemboca en la idea de asumir la responsabilidad del cuidado de nuestra salud, una responsabilidad que ya no delegamos, sino que asumimos, entendiendo que hemos de apoyarnos, como no puede ser de otro modo, en el sistema sanitario, pero sin dejar de llevar el timón, y sin separar la salud de nuestra propia vida. Si ambas van de la mano, nuestro bienestar lo agradecerá.
DECIDIR EL MOMENTO DE IRSE
La experiencia compartida por muchos de los que acompañamos al final de la vida es que las personas deciden el
1 comentario en “CUIDAR LA SALUD DESDE LA DIMENSIÓN ESPIRITUAL”
Se nos ha pintado un panorama en el que, si enfermamos, somos culpables… de no cuidarnos, de no hacer “chequeos”, etc.
Retorna así la imagen del cuerpo – máquina y del enfermo – pecador. En los evangelios se recoge muy bien la cuestión cuando le preguntaron a Jesús “¿quién pecó, él o sus padres…?” A día de hoy la pregunta (errada a la luz de la respuesta ue Jesús dio) sigue con gran vigencia, sólo que el pecado es higienista (no mirarse, no cuidarse…) o genético.
Hay vidas sin salud que han sido muy saludables en el sentido propiamente humano. A la vez, se puede dar también una excesiva atención al organismo, sin caer en que el cuerpo, maravilloso en su complejidad, nos sirve en el sentido en que nos sirve, en que atiende a la vida de verdad, eso por lo que cada cual puede interrogarse.
Un abrazo