Todas las guerras provocan muerte, destrucción, y una ingente cantidad de sufrimiento que, por el hecho de ser causado por la sinrazón, la barbarie y la estupidez de los humanos resulta mucho más difícil de soportar. Un fenómeno característico de todas las confrontaciones bélicas son los llamados daños colaterales, un eufemismo para denominar (y justificar) que no importa el sufrimiento provocado de forma indiscriminada siempre que se consigan los fines propuestos de antemano. Si en un bombardeo de un objetivo militar mueren varias docenas de civiles (por cierto, en todas las guerras mueren más civiles que militares) eso se considera una nimiedad si se ha logrado destruir el mencionado objetivo; y si no, también. Ya se sabe, es la guerra, y pasan esas cosas. 

Pero cuando nosotros contemplamos por televisión la imagen de la destrucción, de las caravanas de desplazados, o de los cadáveres de personas cuyo único delito era estar en su casa o en la calle en el momento inoportuno, no nos conformamos con esa justificación de que son daños colaterales. Nos indigna y nos sobrecoge igualmente. Porque los daños colaterales son la expresión de que quien los causa se siente por encima de las víctimas, a las que puede sacrificar a su antojo, sean o no de su bando, sean militares, o civiles, o incluso niños.



La pandemia: una guerra que no lo es

En esta guerra que no lo es (por mucho que se empeñen en venderla como tal) contra un virus que se quiere presentar como un enemigo siniestro y malévolo también se están produciendo daños colaterales. Y muchos. Por cierto, el virus es tan malvado como lo puede ser un tigre, o una araña de lo más venenosa, o el mar embravecido, o una tormenta que te pilla en la montaña, o el desierto más abrasador. Forman parte de una naturaleza a veces mortífera con la que hemos de convivir, de la que nos hemos de proteger (por supuesto), y sobre todo de la que no somos sus dueños, pese a que nuestra falta de humildad así nos lo ha hecho creer.

 

En esta presunta guerra no hay bombas ni misiles, pero las medidas que se están tomando están causando gran cantidad de sufrimiento añadido que se está infiltrando en todas las capas sociales pero que, como siempre sucede, se está cebando más con los más vulnerables (a los que se supone que hay que proteger más). El objetivo marcado es el de salvar vidas, palabras que actúan como un sortilegio sobre los ciudadanos que las escuchan, y que dan carta blanca para recortar libertades y derechos como no se había hecho en nuestro país desde la última dictadura calificada como tal. No sé si se salvarán muchas vidas, quiero suponer que sí, y seguro que cuando esto acabe (que ya veremos cuándo es) se subirán a su púlpito particular a ponerse medallas y presumir de cuántas muertes han evitado tomando decisiones difíciles, y que no les tembló el pulso, y bla bla bla…

 

 

Los daños colaterales 

Pero nadie hablará de los daños colaterales, de la destrucción sembrada, y de la gran cantidad de sufrimiento infligido a la sociedad, no por el virus, sino por las actuaciones humanas y bien humanas, sufrimiento del cual habrá ciudadanos que tardarán años en recuperarse, y otros tal vez no lo hagan nunca. Y me pregunto si su valoración es que son eso, daños colaterales, y a aguantarse tocan, o si es que no lo ven (lo que sería preocupante) o no lo quieren ver (peor).
¿No saben que las consultas de los psicólogos están más atiborradas que nunca? ¿No saben que muchos mayores están viviendo en medio de la más terrible soledad y arrancados del cariño de sus hijos los que pueden ser los últimos meses o años de sus vidas? ¿No saben que es una crueldad sin parangón no permitir las visitas a los enfermos o a los moribundos? ¿No saben que hay niños y jóvenes que se echan a llorar antes sus maestros de pura exasperación a poco que algo les toque la fibra? ¿No saben que todo eso que ellos consideran prescindible y punto, como la cultura en todas sus expresiones, como el ocio, como el deporte aficionado, como el ejercer como los seres sociales que somos, como el poder ganarse la vida, es lo que mantiene nuestro equilibrio mental y nuestra salud? ¿No saben que están condenando a la ruina a infinidad de familias? ¿No saben que las indicaciones contradictorias y absurdas generan ansiedad y un gran malestar emocional? ¿No saben que las personas tienen su propia capacidad defensiva frente a las agresiones de microorganismos y que funciona bastante peor cuando su estado emocional está alterado? ¿No saben que la desesperación y la crispación están calando cada vez más entre la gente? ¿No saben que hay ancianos que se desmoronan anímicamente y corren el riesgo de rodar por la pendiente del dejarse morir, puramente de pena? ¿No saben que las tendencias suicidas se han incrementado de forma alarmante?

Pues no, parece que todo eso no lo saben, y mientras ellos no reconocen jamás error alguno en la gestión de la pandemia (ni sus consecuencias) nos siguen tratando como chiquillos irresponsables, y echándonos la culpa de que los números no mejoren, jaleados por toda esa parte de la sociedad que atenazada por el miedo arremete contra los que no acatan todas las normas, al margen de que las normas tengan algún sentido o no lo tengan (y muchas no lo tienen). A la sociedad se le exige obediencia ciega so pena de multa y sanción o de endurecer aún más las medidas. Al ciudadano que no puede reunirse en familia (porque superan el fatídico número seis) pero sí puede subirse al autobús con otras cuarenta personas sin distancia alguna de seguridad se le amenaza con acabar ahogándose sin cama de UCI ni respirador disponible para él por haber tenido como otros muchos irresponsables la osadía de salir de casa en horario no permitido o de traspasar el límite de su municipio. A mí me parece que los daños colaterales son inadmisibles, y más cuando son por decreto. ¿Solo se trata de salvar vidas? Creo que se trata de algo más, que hay que buscar un equilibrio que permita reducir el volumen total de sufrimiento, el real, no el que se ve en la superficie (como la punta del iceberg), pero para eso hay que mirar debajo del agua, y no parece que tengan intención de hacerlo. A mí me preocupan las muertes, como a todos, pero también me preocupa toda esa grandísima montaña de sufrimiento que se está cociendo a fuego lento y al que se va echando leña con cada nuevo mensaje amenazante o con cada nueva restricción de libertades que no está respaldada por más evidencia que el miedo.

Vivir no se limita a estar vivo. Vivir es vivir la vida, de la mejor manera que se pueda dadas las circunstancias, aceptando que no viviremos para siempre, aceptando que no tenemos el control sobre todo lo que nos sucede (y ni los gobiernos ni el sistema sanitario tampoco lo tienen), y asumiendo riesgos, como siempre hemos hecho. No podemos conformarnos con esa defensa a ultranza que no repara en daños colaterales y que tal vez está salvando vidas, pero está destruyendo mucha vida. Yo, por lo menos, no me conformo.

Compartir este post

11 comentarios en “DAÑOS COLATERALES”

  1. María Mendoza

    Exactamente así es la realidad que estamos viviendo también en Argentina. Gracias Juan Carlos por poner en palabras tan claras lo que todos estamos sintiendo.

  2. Mar López Sala

    Totalmente de acuerdo, Joan Carles. Es más, creo que es absolutamente necesario transmitir este mensaje a la sociedad. No puede estar mejor expresado. Muchas gracias por tu claridad

  3. Quejarse es muy fácil, dónde están las soluciones? Cuáles son esas magníficas medidas que reducen la mortalidad a la vez que permiten a todos hacer vida normal?

  4. Suscribo cada palabra tuya, excepto cuando dudas que los responsables de los daños colaterales lo sepan, lo saben y es por eso, aunque te parezca maquiavélico, que lo hacen.

  5. Como colega médico me siento profundamente reconfortada al leer estas palabras que comparto de principio a fin y al ver que más profesionales sanitarios vemos más allá, entendemos la vida y sus riesgos de otra manera y hacemos crítica de las medidas, en muchos casos y en mi opinión, injustamente adoptadas y nada científicas, por nuestras “autoridades sanitarias”. Al menos a alguien con ideas diferentes a lo que oficialmente se ha postulado parece que se le ha dado voz, una voz que yo, personalmente, he echado mucho en falta de forma mayoritaria entre el personal sanitario y que me ha hecho sentir sumida en una profunda soledad e incomprensión. Ha quedado patente en esta pandemia que el miedo devasta todo, ni el conocimiento científico queda sujeto a la razón. Sale a flote el sinsentido de las personas, por encima de estudios y formación y por el contrario, se obvia dicho conocimiento en pro de unos objetivos de “máximos”, injustos e inalcanzables a mi entender, por la propia idiosincrasia de la vida y del ser humano. Y, sin embargo, en nombre de la defensa de la vida, paradójicamente la hemos abandonado en su visión más integral, adoptando actitudes profundamente deshumanizadas y deshumanizantes.

  6. Mas de acuerdo no puedo estar… por segunda vez, releyendo este escrito, no puedo más que pensar ( como lo hago a menudo) en todas las personas que, en soledad, van pasando meses con tristeza, o se han ido sin las personas a quien amaban, o los que están cambiando su estatus por los dichosos daños colaterales…
    Fuerza y amor que no nos falte!
    Gracias como siempre!

  7. Lo saben. Desde que el mundo es mundo hay gente desalmada, aunque lo disimulan, y en el mundo virtual y superficial tienen más poder que nunca. Se nutren del pánico ajeno. Y el pánico de ellos es el espejo, de ahí que no soporten la idea de Dios ni del alma, la idea de que no pueden hacer el mal sin consecuencias. Gracias por escribir el mejor blog del mundo.

  8. Mar López Sala

    Totalmente de acuerdo, Joan Carles. Es más, creo que es absolutamente necesario transmitir este mensaje a la sociedad. No puede estar mejor expresado. Muchas gracias por tu claridad

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

OTRAS ENTRADAS DEL BLOG

Dejarse Vivir o vivir de verdad

DEJARSE VIVIR O VIVIR DE VERDAD

Son muchas las vidas que transcurren imperceptiblemente, enredadas en rutinas y asuntos sin auténtica importancia, vidas parecidas a aquellos cigarrillos