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LA CONFUSIÓN Y LA PRESENCIA

Los buenos libros se leen más de una vez, cada lectura es diferente de la anterior, y de cada una de ellas extraemos aprendizajes igualmente diferentes. Releyendo de nuevo el magnífico libro de Frank Ostaseski Las cinco invitaciones me detuve en una idea. El autor explica cómo estar con personas confundidas, como es el caso de enfermos con Alzheimer (por ejemplo) nos altera y descoloca. Lo que no responde a nuestros patrones de racionalidad nos incomoda, e incluso tendemos a forzar la racionalidad del otro buscando un imposible. En cambio, cuando contemplamos su confusión desde la aceptación y la bondad, y somos capaces de estar junto al otro sin juzgarlo, sin pretender cambiar las cosas ni obtener resultados que solo nos interesan a nosotros, sino simplemente aportar nuestra presencia amorosa y acompañar comprensivamente desde ella, es cuando nuestra actitud resulta tranquilizadora para ambas partes. No hace falta más.


Eso me hizo recordar una escena que viví hace bastantes años en mi consulta cuando ejercía como médico de familia. Vino a verme un matrimonio muy mayor. A él ya lo había visitado en diversas ocasiones, pero esta vez me traía a su esposa, una mujer afectada de una avanzada demencia que acudía con una muñeca entre sus manos y un peine con el que de vez en cuando trataba de acicalarla. Después de que él me hiciera un breve resumen de la historia de ella y de la medicación que tomaba, pasamos a la sala de exploración. La ayudamos a sentarse en la camilla, y tras alguna suave maniobra de acercamiento para tratar de que estuviera tranquila procedí a colocar el manguito para tomarle la tensión, cosa que hice con toda la delicadeza posible. Pero en cuanto notó que el manguito empezaba a presionar su brazo empezó a gritar sin control. Sus reiterados “no, no, no”, expresaban rechazo y miedo frente a algo extraño que no entendía. El semblante de su esposo era una mezcla de dolor y al mismo tiempo de turbación. Entonces pasé a hablarle con calma, a darle seguridad con palabras dichas en el tono más sosegador que pude al tiempo que retiraba el manguito renunciando a recabar unos datos que las circunstancias convertían en prescindibles, y ella se fue serenando, agarrada a su muñeca.


La exploración física quedó en una mera tentativa. Ella no la necesitaba, como no necesitaba ningún protocolo de salud. ¿Para qué? Ella lo que realmente necesitaba era sentir que su mundo paralelo no era amenazado, en su vida le bastaba con el afecto de las pocas caras que reconocía (la de su esposo y la de una persona que les ayudaba en casa) y con la seguridad que le otorgaba su entorno conocido, su hogar. Mientras volvíamos hacia la mesa del despacho, su esposo me dijo con voz conmovida y agradecida: “Es usted un buen amigo”. Parecía sorprendido de mi reacción. No volví a visitarla en la consulta, a partir de aquel día la visité siempre en su domicilio, y no se volvió a repetir aquel episodio, del que aprendí una lección.


Pensando en ello, y cuando la evolución de la pandemia cierne sobre nosotros una nueva vuelta de tuerca de las autoridades, en esa dictadura de las cifras a la que nos tienen sometidos, me vuelvo a preguntar qué es lo que sucede con todas esas personas que viven confundidas en su mundo particular, por razón de la edad avanzada o de la enfermedad o de ambas cosas, y que como mi antigua paciente necesitan por encima de todo la presencia de sus seres queridos como referencia de amor y de cariño, que es justamente lo que se les ha negado (o se les ha dosificado en cuentagotas) con el fin de proteger sus vidas y de mantener a raya las célebres cifras. Me pregunto qué es lo que pasa por esas cabezas confundidas, aunque cuenten con la atención de profesionales que hacen todo lo que pueden. Me pregunto cómo debe ser ese sufrimiento invisible que no pueden verbalizar pero que tal vez se manifiesta en abatimiento o en trastornos de conducta, porque no pueden entender que no esté quien debería estar y siempre estaba, no pueden entender la ausencia de la presencia que asocian con lo mejor de sus vidas y que es la débil conexión con su felicidad consciente. Si pudieran hablar, tal vez dirían que preferirían mil veces asumir el riesgo de morir por el coronavirus que seguir viviendo en estas condiciones, pero nadie les pregunta, ni los escucha, como tampoco preguntan ni escuchan a los que sí pueden hablar. Sé que hay muchas instituciones que están haciendo todo lo posible para lograr un equilibrio más razonable y compasivo entre la protección y la humanización, y sé que la situación es muy compleja. Pero también sé que hay muchas otras que se han parapetado tras el blindaje de la máxima seguridad posible como bien supremo. Pero, bien supremo, ¿para quién? Se hace presente una vez más la máxima del “todo por el enfermo pero sin el enfermo”, mientras el sufrimiento invisible sigue ahí, solo para quien se atreva a mirarlo, y a sentirlo.

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9 comentarios en “LA CONFUSIÓN Y LA PRESENCIA”

  1. Me pregunto cómo debe ser ese sufrimiento infinito que no pueden verbalizar… así es! Tal cual amigo.
    Gracias por tu artículo que refleja una calidad humana fuera de lo común!

  2. Daniela Garavelli

    Me ha encantado y conmovido. Gracias por aportar estás palabras y motivar a la reflexión. Es ciertamente más ‘comodo’ poner límites y normas iguales para todos, pero seguro es el riesgo de pasar por alto el que de iguales las personas no tienen mucho.. a excepción de algunos básicos que no debería faltar en una sociedad que se considera justa. Por ejemplo el derecho a la dignidad y al respecto afortunadamente muchas veces pisoteados..
    Un saludo sonriente, Daniela

  3. Hola Joan Carles.
    Acabo de llegir el teu relat, el trobo d’una delicadesa exquisida. Amb ell comenco el dia.
    una bona manera de iniciarlo.
    Gràcies.
    Quim

  4. Gracias Juan Carlos.
    Un excelente relato, humano y conmovedor, y una reflexión acertada, sobre una situación que nos vamos encontrando cada vez más a menudo.
    Un abrazo

  5. No hay nada más auténtico, que generar luz propia….
    Y nada más noble que alumbrar a los demás….
    Steve Jaquerz

    Muy tierno testimonio…gracias por compartir….cómo siempre, con el tacto que te caracteriza¡¡¡

    Un saludo¡¡¡

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