Dicen que se muere como se vive. No siempre es así, pero además habría que añadir que será así si te lo permiten.
Hace ya muchos años que el nivel de medicalización y de intervencionismo alrededor del proceso de morir es muy elevado y a todas luces excesivo. Las razones son múltiples, y es evidente que un cierto grado de intervención, como el que aportó la irrupción de los cuidados paliativos, era imprescindible para atenuar el grado de sufrimiento del enfermo (y de sus familiares) y humanizar un proceso que se había convertido en un calvario, en buena medida por culpa de la propia ciencia médica y su obsesión por evitar la muerte a cualquier precio.
Pero, seguramente siguiendo la conocida ley del péndulo, nos hemos ido al otro extremo, y en cierto modo nos acercamos a una nueva deshumanización por el extremo contrario. La negación de la muerte, el rechazo de cualquier tipo de sufrimiento, la adicción al bienestar sin límites, el afán de control y de seguridad, la falta de preparación y de herramientas como consecuencia de lo anterior, y por encima de todo un miedo que todo lo atenaza, nos han llevado a aspirar a un modelo determinado de muerte en el que pretendemos que todo esté bajo control con sufrimiento inexistente.
Los profesionales aspiramos a que el enfermo al que atendemos tenga una muerte tranquila y sin signos de sufrimiento, y nos sentimos obligados a proporcionársela. Muchos familiares aspiran a que todo sea rápido y a que su ser querido no sufra (o incluso a que no se dé cuenta de nada). Y hay enfermos que aspiran a morir en paz, serenamente y de forma ejemplar. Todo lo cual es muy lícito, pero no siempre es posible.
Los que nos movemos en el ámbito del final de vida sabemos que hay un sufrimiento evitable, sobre todo de índole física, que hemos de tratar de forma contundente, y hay un sufrimiento inevitable, propio de la condición humana de quien ve que su existencia llega a su fin, que no podemos eliminar, pero sí podemos mitigar acompañándolo, que no es poco. Pero para acompañar hay que ser capaz de estar, y de sostener.
A la hora de la verdad, ese modelo idílico que cada uno se imagina y que desea para su paciente, para su ser querido o para él mismo, topa con la realidad, que no es otra que las muertes son como son y que no siempre responden a lo esperado en cada caso. La presión existente para que sí responda a ese modelo nos lleva a querer ejercer un control exhaustivo y a una tendencia a la homogeneización de los procesos. Por ejemplo, la sedación no es una medida protocolizada e indicada en todos los casos ni mucho menos, y sin embargo se ha convertido en un procedimiento habitual que da tranquilidad a todas las partes.
Pero no es esa la única consecuencia. Cuando la expectativa es una concreta y la realidad escapa a esa idea, fácilmente se vive como un fracaso o como una mala muerte. La pretensión de que todo transcurra dentro de lo que se supone que es una “buena muerte” puede acabar sometiendo a una presión añadida a quienes cuidan o atienden al enfermo o al propio enfermo. Lo cierto es que cada uno se acerca a su final como buenamente puede, que siempre ha de ser libre para decidir lo que desea en cada momento, y que no hay una forma correcta de irse. Siempre garantizando el adecuado control del sufrimiento físico, por supuesto.
Y aquí rescato una idea de la que habla Joan Halifax en su libro “Estar con los que mueren”, y es la de ser testigos. El testigo está presente, pero no altera ni pretende controlar el curso de los acontecimientos. Acompañar así es muy duro, exige un importante trabajo personal previo, pero es la esencia del acompañamiento, que al liberarte de la pretensión de control, desde la aceptación, te permite estar más atento a esas otras cosas que suceden a pie de cama y que forman parte de lo intangible, para las cuales a menudo no tenemos ojos porque están puestos solo en lo meramente físico y en el ansia de control.
Pero para poder hacer eso, antes hemos de preguntarnos si somos capaces de estar con nuestros propios sufrimientos. Solo entonces podremos estar presentes en el sufrimiento del otro.





4 comentarios en “NO HAY UNA MANERA CORRECTA DE MORIR”
Gracias por explicarlo tan bien creo que aun falta mucho para ver el proceso de morir como una etapa mas dentro del ciclo de la vida
Sí, ciertamente aún falta mucho, se va avanzando muy poco a poco. Muchas gracias.
Desde de la segunda mitad del S.XX y a partir de Elisabeth Kübler-Ross, se inicia un camino que, con el paso de los años, se va agrandando considerablemente sobre el conocimiento que el ser humano tiene de lo que sucede después de la definitiva parada cardiorespiratoria.
El conocimiento actual de la muerte por parte de bastantes profesionales de la salud de todo el mundo es muy importante.
Divulgar, de forma pedagógica,toda esa información disponible podría dar a la sociedad una nueva manera de ver la muerte y evitar así mucho sufrimiento innecesario.
Muchas gracias por tu comentario.