Hace unos días releí un capítulo de mi libro Destellos de luz en el camino. No es algo que haga de forma habitual. Los libros, una vez publicados, son como pájaros que ya han volado. Si vuelvo al texto suele ser porque hay algo que actúa como detonante. En este caso, una persona que lo estaba leyendo me comentó que se había atascado precisamente en el capítulo que lleva ese título, El arte de perder, porque la historia se le hacía excesivamente dura al identificarse con la situación. Y eso me llevó no solo a leerlo de nuevo, sino a rememorar el proceso creativo de un capítulo que fue tremendamente especial para mí, por el momento personal que estaba atravesando mi familia cuando lo escribí, y a compartir en este post algunas reflexiones a propósito del texto.
Todas las historias que se relatan en el libro son reales, y las fui escribiendo a lo largo de muchos meses, a medida que iba recopilando la información y madurando la redacción. Pero el capítulo El arte de perder fue preparado y escrito mucho después, y añadido al borrador inicial que ya tenía la editorial. Por eso las circunstancias eran otras, y las emociones que me vuelve a despertar su lectura también son especiales.
Perder a un hijo es una experiencia durísima, de las más duras que puede sufrir una madre. Y si sucede poco después de haber perdido al amor de su vida y padre del hijo enfermo de muerte, entonces ya no hay calificativos para el abismo de esa pérdida. Ella tuvo la valentía y la generosidad de aceptar compartir su historia. Ella me explicó cómo el espíritu de Tintín y del Capitán Haddock representaban las dos formas distintas de ver la vida de padre e hijo (qué bonito fue escribir sobre eso) en amorosa complicidad. Y ella me dio a conocer el breve poema de Elisabeth Bishop, One art, que habla precisamente del arte de perder.
Aprender a relacionarnos con nuestras pérdidas es una de las tareas más arduas y al mismo tiempo más necesarias que afrontamos en la vida. Vivir es aprender a perder, a soltar, a desprenderse. Y no hay alternativa, porque va a suceder. Enseñar a nuestros hijos a vivir comporta también enseñarles a perder, con todo lo que eso significa. Y eso incluye, para todos, prepararnos para perder un día la vida, o para que la pierdan las personas que amamos.
Parafraseando el citado poema, Bishop nos viene a decir que si vamos aceptando las pequeñas pérdidas y nos damos cuenta de que la vida sigue adelante a pesar de ellas, nos vamos entrenando para pérdidas de mayor calibre. Sin embargo, es obvio que el vacío que deja la ausencia de un ser querido, por mucho que te hayas mentalizado y preparado, es fuente de dolor. Lo que sucede es que, si a ese dolor le añadimos el que causa la no aceptación, el sufrimiento aumenta exponencialmente. Y esa aceptación pienso que sí puede, de alguna manera, entrenarse.
En el proceso de una enfermedad se van sucediendo las pérdidas, pero no hay motivo para renunciar a nada antes de tiempo:
El arte de perder también es perder solo lo que realmente está perdido, pero no ceder ni un centímetro más.
Eso es lo que permite seguir disfrutando de lo que todavía tenemos, sin dejar que lo que hemos perdido o perderemos en un futuro no lejano nos ciegue y paralice para seguir viviendo. Así lo hizo el protagonista de este capítulo.
Pero llega un momento en el que hay que rendirse a la evidencia, hay que entregarse, y hacerlo desde la aceptación (lo que no significa que no duela) es lo que facilita irse en paz y, desde el punto de vista de los familiares, dejar marchar, lo cual es también un arte:
El arte de perder también es saber cuándo la pérdida llama a la puerta y hay que dejarla entrar sin más pelea.
Y en este periplo de la pérdida hay otro elemento esencial para quien se queda, y es el acompañamiento que pueda recibir de personas que a pesar de sus miedos van a tener el coraje de estar a su lado, al lado del sufrimiento, al lado del dolor, dejándose tocar por él, sin negarlo, sin huir, desde la presencia incondicional. Ese es el verdadero bálsamo que necesitan quienes están perdiendo a un ser querido. El sufrimiento en compañía siempre es menos sufrimiento. Y todos, sin excepción, podemos ser un día ese bálsamo.
El arte de perder es afrontar la pérdida arropado y escoltado por personas que no temen mostrar su humanidad. Entonces, y solo entonces, la pérdida no cuesta tanto.
(Las tres citas pertenecen al capítulo El arte de perder, de mi libro Destellos de luz en el camino).