Decía Primo Levy en su escalofriante Si esto es un hombre que no es posible ser completamente feliz, como tampoco llegamos a ser nunca completamente infelices. En un sentido parecido se pronunciaba Faulkner en La paga de los soldados: «¿Por qué un hombre no podía ser muy feliz o muy infeliz? Siempre era una débil combinación de ambas cosas». Creo que efectivamente es así, aunque nos pueda sonar como mezclar el agua y el aceite.
Cuando una tragedia sacude a una persona, desde fuera nos parece que está condenada al más terrible hundimiento, a la oscuridad más absoluta, y que en ese periodo de tinieblas será imposible durante mucho tiempo que florezca ningún sentimiento positivo en su ser.
Tristes y felices al mismo tiempo
Pero, ¿pueden, de hecho, convivir, el sufrimiento y la paz, la tristeza y la alegría, el dolor y el amor? ¿Pueden unos padres que han perdido a su hija de poco más de dos años sentirse tristes y felices al mismo tiempo? Pues ellos nos dicen que sí, por extraño que pueda parecer, y así empieza la primera de las conversaciones relatadas en Vida después de la muerte de Maria.
Participar en la redacción del libro junto a Montse y Edu ha resultado una experiencia intensa, muy emotiva, y me ha proporcionado un duro aprendizaje, el que me han ofrecido quienes han sido capaces de convertir el dolor en palanca de transformación. Y me ha servido para tomar aún mayor conciencia de lo extraordinariamente difícil que es estar en duelo en nuestra sociedad, y más todavía si se trata de una pérdida tan aterradora también para quienes la contemplan como es la muerte de un hijo.
Un libro sobre la experiencia de pérdida y duelo
¿Por qué este libro? Pues sobre todo porque ellos así lo han deseado, porque desde la generosidad han decidido compartir sus vivencias durante y después de la rápida enfermedad de Maria, con el convencimiento de que serán de ayuda a muchas personas (siempre que tengan el valor de leerlo), tanto para comprender cómo se siente y qué necesita quien está sufriendo algo tan devastador como para estar en mejores condiciones de afrontar las pérdidas que la vida le traiga a cada uno.
Se necesita hablar, se necesita compartir, se necesita presencia incondicional, se necesita una mirada compasiva en el mejor de los sentidos, y sobra miedo, sobra ignorancia, sobra inmadurez, y sobra egoísmo. Todos podemos hacerlo mucho mejor para estar al lado de quien sufre un duelo, pero hay que querer hacerlo. Con muy poco se puede ayudar muchísimo.
A una de las primeras preguntas que le formulé a Montse sobre cómo resumiría su relato (que constituye la segunda parte del libro) respondió: «El resumen es que hay vida después de la muerte de un hijo». Así lo sienten ellos, así lo quieren hacer saber. Pero para empezar a tocar con la punta de los dedos esa nueva vida hay que recorrer antes un arduo desierto, y para poder cruzarlo será esencial que almas amorosas y desprendidas nos acompañen.
Una de las cosas que ellos echaron en falta cuando estaban atravesando su desierto eran relatos de personas que hubieran pasado por una situación similar. No les valía el manual escrito por un profesional. Necesitaban algo escrito desde el dolor, desde el corazón dolorido. Ahora ellos aportan el suyo sin más objetivo que poder ser útiles y sembrar comprensión.
El próximo día siete de febrero presentaremos el libro (los beneficios de las ventas se destinarán íntegramente a la Fundación Paliaclinic por expreso deseo de ellos), pero ya hemos recibido numerosísimas opiniones favorables y comentarios agradecidos y emocionados, porque el libro ya estaba disponible hace unos meses, y porque se ha podido descargar sin coste en pdf (una muestra más de su generosidad). Desde aquí os animo a leerlo, a pensarlo, a recomendarlo, e incluso a utilizarlo como herramienta docente.