El pasado mes de marzo, en un artículo en este mismo blog titulado “Formación sobre el morir”, hablaba entre otras cosas de dos hechos esperanzadores: uno relacionado con estudiantes de medicina, en concreto de la Universidad de Oviedo, y el otro con alumnos de un instituto (Institut Castellbisbal). La cuestión de fondo: las ganas de saber y de aprender sobre cómo se muere en medicina, y la valentía para enfrentarse a sus propios fantasmas reflexionando sobre la muerte y expresándolo en un cortometraje.
El interés de los jóvenes
Contrasta el miedo, cuando no el terror o pánico, que desencadena entre muchos adultos la simple mención del tema, con la frescura y atrevimiento con que lo abordan algunos jóvenes. Pero, ¿se trata de la osadía o la inconsciencia de unos pocos, y ya está? ¿O es la punta del iceberg? Hoy quiero destacar otro hecho que recientemente me ha llamado la atención.
En los últimos meses han proliferado de forma muy significativa los alumnos de bachillerato que sorprendentemente (al menos, para mí), han escogido como tema de su “treball de recerca” (o trabajo de investigación) una hipótesis relacionada con la muerte, con la calidad del morir, con la atención que reciben los que mueren, con la dignidad en el final de vida… Conceptos entre los que uno podría pensar que se van a desenvolver con muchas limitaciones y cuya complejidad podría desbordarles. Y, sin embargo, y lo digo por experiencia directa y no solo una ni dos ni tres veces, nada más lejos de la realidad.
Parece que los más jóvenes sí se interesan por eso que tantos adultos no osan ni nombrar, y sobre lo que aún menos quieren pensar ni reflexionar.
La necesidad de formarse
Ya he comentado igualmente en ocasiones anteriores la imperiosa necesidad de formar a nuestros futuros médicos en eso del morir, porque difícilmente podrán desempeñar su tarea profesional si salen al ruedo con una carencia tan aplastante como es la de no saber acompañar, ni tratar, ni comunicarse, con aquellos pacientes a los que ya no van a poder curar y que llegan al final de su camino, porque no se lo han enseñado.
Pero haría mal la población cargando toda la responsabilidad sobre los profesionales sanitarios y esperando que el sistema progrese debidamente en sensibilidad hacia la humanización y el acompañamiento sin apostarlo todo a la ciencia y la tecnología. El ciudadano no puede seguirse conformando con ser un elemento pasivo que deja el cuidado de su salud, de su forma de envejecer, y de su futuro acercamiento a su propia muerte, en manos de terceros, como si no fuera con él. Pues sí que nos va, nos va la vida, y nos va la forma de vivir esa vida, que en buena medida marcará cómo la dejaremos cuando, como dice Serrat, haya que entregar el equipo. Porque pensar en la finitud, en lo que entonces sería importante, en lo que querríamos y en lo que no querríamos, es pensar en la vida, en nuestra vida, la que ahora tenemos.
Atreverse a pensar en ello, atreverse a informarse y a formarse, y a reflexionar a fondo, es tarea de cada uno. Nadie puede hacerlo por nosotros. Nos pueden guiar en ese proceso, pero el trabajo es personal e intransferible. Y no tiene fecha marcada en el calendario, porque no conocemos (afortunadamente) el futuro, por lo que cualquier momento puede ser bueno para empezar. ¿Por qué no mañana?