Es indudable que una de las cosas que más tememos en nuestra vida es afrontar la muerte de un ser querido. Sabemos que será una experiencia muy dolorosa que algunas personas vivirán por primera vez. Y nunca podemos estar bien preparados para ello, porque es algo que emocionalmente nos desborda.
Confiamos en que el momento nunca llegue o se vaya retrasando indefinidamente, pero el momento acaba llegando. Y cuando tomamos conciencia de ello, ¿qué podemos hacer? ¿Cómo prepararse para la muerte de un ser querido? Si la muerte es inevitable, ¿va a servir de algo prepararse?
La preparación no va a librarnos del dolor de la pérdida, dolor que forma parte de la experiencia humana de quien ama. Pero sí puede ayudarnos a vivir esa experiencia de una forma más serena y sobre todo a poner las bases para que nuestro duelo sea menos traumático y no deje secuelas en nuestra salud física y mental.
Salvo cuando la muerte sucede de forma súbita e inesperada, la enfermedad de nuestro ser querido nos va a ofrecer la oportunidad de aprovechar ese espacio temporal para hacer una serie de cosas que, aunque no nos lo parezca a priori, contribuirán a mitigar, aunque sea un poco, el dolor.
¿Qué podemos hacer?
Es esencial, por un lado, ser consciente de lo que está sucediendo, sin aferrarnos a expectativas ilusorias, y por otro sacudirnos el miedo, aunque lo tengamos, para que no tome el mando y nos bloquee, porque poder comunicarnos de forma libre y natural es otro de los puntos clave.
Aceptar que la muerte puede llegar pronto es un primer paso en esa preparación. Es importante preguntar a los profesionales, escuchar, y asegurarse de comprender cuál es la situación, aunque nos duela oírlo. La comprensión facilitará nuestra adaptación y podremos prepararnos mejor.
La comunicación será el vehículo que ha de permitir canalizar nuestros sentimientos para poder expresarlos y compartirlos, lo cual es también muy necesario en ese proceso de preparación. Es así como podemos sentirnos cercanos unos a otros, arropándonos, desde una comunicación sincera, en la que las emociones no se reprimen, sino que encuentran su lugar y su espacio. Esa atmósfera será completamente esencial para la persona enferma, pues lo que más necesita es sentir muy cerca a los suyos.
Y cuando las emociones se expresan y se liberan, surgen también de forma natural espacios para compartir recuerdos, para la risa, para el agradecimiento, para los abrazos, y para sencillamente disfrutar de la presencia del otro. Toda esa corriente emocional vivida y sentida, aunque a menudo sea bañada por las lágrimas, será un bálsamo cuando llegue la despedida y podamos sentir que dijimos y expresamos todo lo que queríamos decir y expresar, sin guardarnos nada.
No hay que tener miedo a estar, a regalar nuestra presencia sin tener que hacer nada más, aunque si podemos participar de algún modo en los cuidados del enfermo, aunque sea con pequeñas acciones, eso también nos ayudará a procesar lo que está ocurriendo.
Todos tenemos la capacidad y la sabiduría innata para saber estar al lado de nuestro ser querido. Solo tenemos que dejarla aflorar, permitiendo que el amor se imponga al miedo y al dolor de la separación, desde la conciencia y aceptación de lo que va a ocurrir. Haciéndolo así, aun sin saberlo, nos estaremos preparando para la despedida y para nuestro propio duelo.