Son muchos los impactos que estamos recibiendo estos días sin descanso ni tregua. Números amenazantes, futuro incierto, mensajes agoreros, y un alud de disinformación (dis, con i).
Pero posiblemente la mayor crueldad que estamos viviendo como consecuencia de la pandemia del Covid-19 es la obligada soledad a la que el virus está sometiendo a los enfermos, sobre todo si están graves o si van a morir. Una soledad que se prolonga más allá de la propia muerte, pues no solo niega las despedidas en directo, sino también los rituales funerarios que con todas sus limitaciones tanto necesitamos.
La vivencia para muchas familias está siendo durísima, sufriendo al pensar en la soledad de su ser querido en sus últimas horas, y sintiendo impotentes el terrible vacío de la ausencia súbita en medio de la carencia de calor humano que queda restringido al consuelo telemático.
La sociedad está descubriendo, a partir de una situación nueva para todos, lo que significa que alguien muera solo. Eso está generando un desasosiego añadido al miedo que ya campa a sus anchas, y no solo lo produce en las familias afectadas en primera persona, sino en todos aquellos a los que no les resulta difícil imaginarse la escena y empatizar con quienes la padecen. Tal vez por eso se están poniendo en marcha tantas iniciativas imaginativas que tratan de mitigar esa soledad, o que ya cuestionan si hay que sacrificar todo contacto humano en aras de la contención de contagios y piden algo más de flexibilidad.
En estos días se va repitiendo como un mantra que vamos a aprender muchas cosas. No sé si será así y en qué medida. Pero lo que sí sé es que justamente uno de los aprendizajes debería cambiar nuestra actitud ante la soledad del enfermo.
Y es que morir en soledad no es ninguna novedad. Lo es hacerlo en medio de enmascarados desconocidos hasta pocos días o pocas horas antes y negando el acceso a quien te ama y querría estar a tu lado. Pero el resto no es novedad. No lo es.
Son muchas las personas que antes de la pandemia morían en soledad, y no me refiero solo a que nadie estuviera presente en su último aliento. Me refiero a todas estas personas que se encaminaban hacia su muerte de forma más o menos lenta, más o menos rápida, mientras el entorno miraba hacia otro lado. Me refiero a la soledad de quien sabe que su vida está acabando, pero no puede compartirlo con nadie porque nadie está dispuesto a escuchar ese mensaje. Me refiero a la soledad de quien es empujado a seguir luchando por una batalla que ya está perdida. Me refiero a quienes quedan aislados consigo mismos porque sus familiares, o incluso los profesionales que los atienden, se agarran a unas expectativas completamente desajustadas a la realidad. Me refiero a quienes callan porque perciben tanto miedo a su alrededor que no quieren añadir sufrimiento y se guardan el suyo propio por amor. Me refiero a quienes no pueden hacer un buen cierre de su vida porque nadie tiene el valor de acompañarlos en ese cierre que consideran innecesario porque no aceptan lo inevitable.
Esa soledad existe desde hace muchos años y la he contemplado demasiadas veces como para no sentir ahora una especie de déjà vu, como seguro que les sucede a muchos otros profesionales sanitarios, paliativistas o no. De repente, la soledad anónima y subrepticia ha adquirido rasgos propios y se ha hecho presente de forma traumática en esa madre a la que sus hijos no han podido acompañar en su final, o en ese anciano que fue encontrado muerto en su cama sin que nadie se hubiera dado cuenta. La pandemia nos ha cogido la cabeza con ambas manos y nos la ha girado hacia donde no queríamos mirar o hacia lo que no éramos conscientes de que existía.
Ahí tenemos otra de nuestras grandes oportunidades. Ahora que hemos tomado conciencia forzosa de lo que significa morir solo, con o sin Covid-19, ahora que podemos imaginar lo que supone estar aislado con tus propios temores sin poder compartirlos con alguien que te quiera, es el momento de dar un paso adelante y decirnos que eso no debe suceder nunca más. Ahora que la naturaleza nos ha hecho una demostración de fuerza para que nos demos cuenta de que hemos de convivir con el miedo a la pérdida y al morir, por mucho que queramos negar su existencia, deberíamos ser capaces de aceptar ese miedo y con él a cuestas acompañar mejor a los enfermos avanzados o graves que tenemos cerca, aproximándonos a ellos sin venderles motos ni vendérnoslas a nosotros mismos, sino desde quien se sabe igualmente vulnerable.
¿Y si a partir de ahora nadie se sintiera solo en el tramo final de su vida, ni muriera solo? Sería un sueño muy bonito, un gran homenaje a quienes nos lo están haciendo ver, y una bella manera de dar sentido a su solitaria forma de marcharse. Que no sea en vano.
5 comentarios en “REDESCUBRIENDO LA SOLEDAD DEL ENFERMO”
Moltes i moltes gràcies!!!
Me parece una entrada muy adecuada. No obstante, me permito un matiz. Aunque todos muramos solos cuando nos toque, esta situación de pandemia parece reubicarnos en el siglo XIV porque la gente muere como apestada.
Hay un corte abrupto ahora desde que alguien ingresa en el hospital. En la práctica ha muerto ya para su mundo, del cual nadie lo puede visitar. Y después no habrá un duelo convencional sino de una caja cerrada (¿es “trazable” todo cadáver?). En mi propio hospital ingresó una joven de 37 años. Cesárea, incineración sin autopsia, comunicaciones telefónicas, fin. (https://www.galiciapress.es/texto-diario/mostrar/1863274/familia-joven-embarazada-carballo-fallecida-asegura-no-tenia-patologias-previas).
Eso es lo que percibo como cualitativamente distinto: la imposibilidad de acompañar y de hacer un duelo digno.
Algo se ha hecho muy mal en este mes para pasar (en el frenesí cientificista) de la frivolidad culpable a una Medicina de catástrofe, de la que ya se habla, con el criterio del “valor social” de cada uno.
Creo que morir, aunque al final sea algo intrínsecamente solitario, es un proceso, en el que puede darse o no compañía, y tras el que puede darse o no un duelo. Ese proceso es roto definitivamente ya al ingreso en el hospital si se sospecha Covid-19 y el pronóstico no es bueno.
Estamos ante una medicina de cuerpos; cuerpos contagiados, con mayor o menor valor social, nuevos leprosos.
Y todo se olvidará. Y se premiará a gente que facilitó esta debacle.
Y cuando toque, se repetirá todo el horror de la pandemia que venga cuando sea. Y nos encontrará descubriendo genes de apoptosis y cosas así, pero sin mascarillas ni nada que nos proteja de cualquier virus.
Un abrazo
Javier Peteiro
Gracias
Hola Jose Luis
Felicitarte por el articulo.
Me gustaria destacar lo siguiente, tal como tu indicas morir ahora solo , no es ninguna novedad, la gente moria antes sola y seguira sucediendo , pero tengo la esperanza que ahora todos aquellos que estamos de una manera u otra ligados a poder hablar de la muerte, de poderla normalizar , hablar de nuestros pensamientos , miedos y emociones se pueda prestar muchas mas atencion.
Tal como tu indicas, ” deberiamos ser capaces de aceptar ese miedo y con el a cuestas acompañar mejor “. Creo que deemos hacer mucha didactica , y esta pandemia nos abona un terreno en que podemos hablar del miedo que todos sentimos , poderlo trabajar y asi poder hablar de como deseamos llegar al final de la vida, con los deberes hechos. Deberes que al fin al cabo son nuestros pensamientos y emociones, que debemos expresar, ser oidos y respetados , para ayudarnos a todos a tener el mejor transito de nuestra finitud.
Al fin al cabo al hablar de la muerte es darle valor a la vida de cada uno de nosotros.
Por fin ante tanta tragedia, un espacio para hablar no del motivo si no de la consecuencia . La muerte primero hay q entenderla como un suceso biológico Natural, para el q desgraciadamente nadie nos prepara. Desde la perspectiva más humana , más emocional , la responsable es la imaginación , vivimos en una realidad imaginada y la muerte como tal lo es. Sentiremos lo q nos proyecta nuestro entorno. La muerte siempre es en soledad, el acompañamiento solo dulcifica. No estamos preparados para Entendernos como material biológico y nuestras emociones no deberían de enfocarnos en el pasado , ni en el cierre previsto a nuestras expectativas , si no abrirnos a comprender esos momentos en los q el pulso se ralentiza y la mente por primera vez se relaja al futuro. El descanso de nuestro pulso y si la medicina nos permite evitar el dolor , interiorizarnos hasta el último aliento .