Hace unos días tuve ocasión de visionar la última película del veterano y afamado director Costa-Gavras, titulada El último suspiro. Y debo decir que me llevé una agradable sorpresa.
Basada en el libro del filósofo Regis Debray, el film nos sumerge en el mundo de los cuidados paliativos con una clara intención pedagógica al tiempo que reflexiva. Pedagógica porque se van exponiendo de una manera didáctica y comprensible los rasgos fundamentales que configuran no solo la visión desde la que se trabaja sino la forma en que los profesionales que integran los equipos desempeñan su tarea de acompañar a pacientes y familiares en este tramo de la vida tan decisivo y que tanto miedo nos da. Y reflexiva porque los interrogantes se van planteando uno tras otro, a raíz de conversaciones de elevado calado (un tanto “forzadas” en ocasiones), o mostrando situaciones con un demoledor aroma de realidad.
La realidad de los cuidados paliativos
Porque la película destila realidad. El problema es que, al ser una realidad muy desconocida para muchos, y al mismo tiempo una realidad a la que la mayoría prefiere no acercarse, me temo que no todos comprenden lo que se nos está ofreciendo. Eso es lo que deduzco de algunas de las críticas que he leído, incluso en revistas especializadas. Calificarla de thriller (¿?), o de tragicomedia (¿?) me parece surrealista. Y, naturalmente, hablar de un guion excesivamente optimista, simplista o edulcorado vuelve a constatar el desconocimiento de lo que ocurre de verdad en no pocos procesos de final de vida cuando la mirada paliativa toma el mando.
¿Por qué cuesta tanto aceptar que la bondad y la generosidad existen? ¿Por qué los gestos de humanidad compartida se califican de sensibleros o poco creíbles? ¿Por qué aún hay quien se empecina en permanecer en el estereotipo del médico bunkerizado en su rol de hombre/mujer de ciencia y solo de ciencia?
El director no rehúye en ningún momento el drama, pero no se recrea en él, ni falta que hace. Lo que no se dice y no se ve pesa tanto o más que lo que se muestra (que no es poco). La complejidad disfrazada de sencillez (por esa intención pedagógica) sigue siendo alta complejidad. Quedan al descubierto las carencias formativas de los profesionales (las que todos sentimos en nuestras carnes las primeras veces que nos enfrentamos a tener que dar una mala noticia), la complicadísima gestión de la información (sometida a presiones, prejuicios y carga emocional), el pánico que desencadena la posibilidad de una muerte cercana a todos los niveles, o hasta dónde puede llegar la negación tanto de los pacientes como de los familiares.
Y a los que desde el desconocimiento opinan sin saber (o sin querer saber) hay que decirles bien alto que hablar con naturalidad en contexto de muerte próxima no significa quitar importancia sino normalizar; que esos “finales felices” con los familiares (y hasta la mascota) alrededor de la cama se dan (y tanto que se dan); que esos últimos deseos que se llevan a cabo no son peliculeros ni folclóricos, sino que son reales y transforman esos procesos finales (y si no que se lo digan a entidades como la Fundación 38 grados o Ambulancia del Deseo, por nombrar a dos que conozco bien); que sí existen miles de profesionales que se dejan el alma para que los finales de vida transcurra de un modo distinto; y que sí, que los cuidados paliativos son enormemente eficaces a la hora de dignificar la vida de las personas hasta su último suspiro.
Cuando finalizó la última escena y fueron emergiendo los títulos de crédito, nadie se movía en la sala, que permanecía solemnemente silenciosa. Transcurrió un tiempo hasta que se levantó la primera persona. No habíamos presenciado una película cualquiera. Tiene sus defectos y errores, no lo niego, pero no creo que haya que analizarla con mente crítica sino como experiencia emocional (aunque eso es cosa de cada uno). Probablemente no ganará grandes premios ni pasará a la historia del cine, y probablemente será retirada de las salas más pronto de lo deseable por baja asistencia de público, porque el tema sigue siendo el gran tabú. Pero eso no le quitará valor a una lección de humanidad y dignidad en el morir que pone en el lugar que merecen a los cuidados paliativos, ya que quienes deberían hacerlo no lo hacen.
Al menos, los profesionales que llevamos años y años tratando de hacer pedagogía de los cuidados paliativos desde la docencia, los libros, los artículos o las comunicaciones en redes habremos tenido la satisfacción de que de vez en cuando alguien nos recuerda que hay quien sí comprende el mensaje y que el esfuerzo vale la pena.




2 comentarios en “LA DIGNIDAD DEL ÚLTIMO SUSPIRO”
Ví la película “el último suspiro” hace aproximadamente un mes y me pareció deliciosa y realista. Tocó varias situaciones de final de vida con mucha delicadeza y desde la visión de un médico de paliativos. Es una película altamente recomendable y, personalmente, creo que huir de la muerte, o evitar hablar de ella, no impedirá que nos la encontremos, y más vale hacerlo preparados, en buena compañía y respetando las decisiones del paciente.
Gracias por este blog que acabo de descubrir y que me parece una verdadera joya.
Completamente de acuerdo, y agradezco tus palabras sobre el blog.