La realidad que la vida pone ante nuestros ojos no es una y única. Hay tantas realidades como miradas. Cada uno de nosotros ve aquello que está dispuesto o predispuesto a ver, e igualmente no ve aquello que no quiere ver o aceptar. Lo que sentimos y experimentamos en la vida depende, pues, no de lo que objetivamente tenemos delante, sino de cuál es nuestra mirada.

A menudo culpamos de nuestro malestar a lo que es externo a nosotros. Si estamos mal, si estamos inquietos o enfadados, si nos sentimos infelices o desesperanzados, creemos que es porque somos víctimas de los acontecimientos exteriores, como si nuestro estado emocional consistiera en una ecuación previsible cuyos ingredientes se orquestaran desde fuera de nuestra persona.

Pero lo cierto es que esos acontecimientos, ese mundo que se empeñan en presentarnos siempre como amenazante, no influye de igual modo en todos nosotros. No es cuestión de hechos, es cuestión de percepción. Es mi percepción la que realmente me condiciona y determina cómo me siento. Y esa percepción depende de mi mirada. ¿Qué veo? ¿Qué estoy dispuesto a ver? ¿Desde dónde miro? Ahí está la clave, la clave para dejar de poner el foco fuera de mí y ponerlo en el lugar opuesto, en mi propia interioridad.

Nuestra capacidad para percibir la belleza es un buen indicador de cuál es nuestra mirada. La percepción de la belleza tampoco es objetiva, depende, por una parte, de aquello que contemplas, y por otra, de la mirada con la que lo contemplas. Cuando tu mirada es capaz de ir mucho más allá del juicio o el análisis o las ideas preconcebidas y se abre a la contemplación, cuando no lo subordina todo a la eficacia y el resultado final, sino que se dispone a vivir la experiencia al margen del resultado, es cuando capta la belleza de lo sutil que está escondido a los ojos de quienes están sometidos al corsé particular desde el cual ven el mundo.

Captar belleza donde otros no la ven no significa ser ingenuo ni iluso. Hay quienes miden la supuesta sabiduría de la vida en proporción a la capacidad de ver maldad o de recrearse en los malos presagios de presuntos desastres. Percibir belleza en ese mismo mundo en el que tanto nos dicen que todo va mal significa elegir mirar desde otro lugar, significa elegir no poner en el centro lo que quieren que pongamos en el centro, sino decidir algo diferente, que no solo es igual de legítimo (aunque a menudo se descalifique porque los agoreros necesitan que el coro cante con ellos), sino que permite vivir más feliz y más en paz con uno mismo.

Me atrevo a decir que cuanta más belleza vemos, a pesar de todo, más libres somos y más evolucionamos, porque la maduración espiritual de la persona no consiste en ser más listos que los demás, sino en saber vivir alimentándonos desde la conexión de nuestra interioridad con lo realmente esencial (y bello) y así poder trascender más allá de este teatrillo en el que parece que se juega todo, pero en verdad no se juega nada importante.

Con la enfermedad, y con el final de la vida, sucede exactamente lo mismo. Si nos quedamos en la superficie, en lo mediato, solo vemos dolor y pérdida, solo sentimos miedo y angustia. Si nuestra mirada va más allá, porque decide quitar del centro de los focos a la enfermedad y poner a la persona y al amor que la vincula con nosotros, entonces abriremos nuestros ojos y nuestros oídos a la contemplación de aquello que también sucede en medio de la dificultad, y podremos captar esa luz, esa magia, esa belleza, que también están ahí. No es cuestión de negar el dolor, todo lo contrario, es cuestión de no negar ni negarnos la posibilidad de vivir instantes que pueden actuar como contrapeso, que son únicos, y que pueden dejar un recuerdo imborrable que actúe como bálsamo en el proceso de duelo. En nuestra mano está elegir la luz, esa luz que nos permite ver la belleza, aunque haya mucha oscuridad.

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3 comentarios en “CONTEMPLAR LA BELLEZA”

  1. Valle Casado Mendiluce

    La belleza, ¿en qué momento de nuestra vida el mundo empezó a estar controlado por el miedo llevándonos a vivir alejados de la luz? ¿En qué instante las grandes preguntas de la vida dejaron de tener respuesta o simplemente no resultaba atractivo dedicar nuestro silencio a ellas?
    He visto recientemente un ejemplo precioso de ofrecernos una reflexión al respecto. Una película que pone la mirada en las sombras de los árboles, el amanecer y el respeto por uno mismo. No nos enseña el camino, ni tan siquiera las preguntas. Tan solo la belleza. Se llama Perfect days. La lentitud forma parte de la respuesta. Deberíamos iniciarnos en estos aprendizajes, un camino, un día cualquiera, un amanecer de colores invernales…

  2. Una persona relativamente joven a la que acompañé, por su enfermedad vivía prácticamente recluida en su habitación, en su cama. 
    Su vida, como tantas vidas urbanas, como la mía sin ir más lejos, había sido frenética hasta que se cruzó en su vida “la enfermedad”. 
    En ese parón en seco, aprendió a observar, a ver y a apreciar como antes no lo había hecho, cada rincón, cada detalle de su habitación, los momentos con sus seres queridos, todo tenía nuevos e inesperados matices.
    Me lo contaba fascinado por el descubrimiento de ese mundo, que había permanecido invisible a sus ojos hasta ese momento. 
    Su mirada había cambiado y cuando el dolor físico se lo permitía, era capaz de disfrutar del más mínimo detalle que le ofrecía la vida, igual que un bebé vive maravillado constantemente con lo que ve.

    Esos últimos días de su vida, me hacen reflexionar acerca de si yo, en una situación similar, podría cambiar mi mirada. Quizás podría si, como él, fuera yo la persona enferma. 
    Pero si planteo la situación de que el enfermo fuera un ser muy querido, mis dudas crecen exponencialmente, apuntando a que el dolor seguramente  ganaría la partida, incapacitándome de tal modo para apreciar la belleza que incluso, pudiera de dejar de verla allí donde antes para mí era evidente.

    1. Dr. Juan Carlos Trallero

      Muchas gracias, Montse, por compartir esta bella reflexión tan cargada de realidad. Todo un testimonio. Gracias.

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